En un ambiente apestado de políticos corruptos, mafias judiciales y presidencias asesinas, la imagen de Hugo Blanco descuella y brilla con justicia.

Insertado desde muy joven en el movimiento obrero, terminó años después encabezando uno de los levantamientos campesinos más grandes de la historia del Perú, en tiempos cuando imperaba el gamonalismo protegido por la bota militar. Por esto padeció prisión y estuvo a punto de morir ejecutado por el Gobierno “democrático” de Acción Popular.

Solo una encendida campaña internacional pudo salvarle la vida, pero no lo libró de la cárcel, siendo luego exiliado por criticar la dictadura nacionalista burguesa de Velasco. Años después regresaría al Perú siendo elegido diputado sin dejar nunca de participar de las luchas campesinas, hasta solo algunos años atrás en que, por su avanzada edad, ya no se lo veía movilizado en las calles.

Efectivamente, un político campesino de su valentía y honestidad no debería ser colocado en la misma bolsa de la politiquería burguesa. No obstante, como bien nos enseña el marxismo, un líder campesino, por muy valiente u honesto que sea, no puede tener una política independiente: o sigue a la burguesía “democrática” o sigue al proletariado revolucionario. Lamentablemente, en el caso de Blanco, lo primero predominó sobre lo segundo.

Y es que, si bien se unió a la Cuarta Internacional que fundó León Trotsky antes de ser asesinado por Stalin, sufrió también la influencia de tendencias pequeñoburguesas en su interior, particularmente la mandelista y morenista que subordinadas a la jefatura estalinista de Fidel Castro y el Che Guevara, sacó de las fábricas a sus militantes para lanzarlos a aventuras guerrilleras bajo una estrategia de revolución por etapas mal disimulada.

Su participación en la Asamblea Constituyente del 78 y en el parlamento burgués de los 80 reflejó esta política de “revoluciones democráticas”, opuesta a la táctica parlamentaria del bolchevismo. El colmo de esto fue su llamado a votar por Alberto Fujimori como “mal menor” frente a Vargas Llosa en las elecciones de 1990, de la mano de todo el socialismo pequeñoburgués. A su regreso de México llegaría incluso a justificar esta capitulación a pesar de que la dictadura yanqui-montesinista ya había cobrado sus primeras víctimas.

Años después lo veríamos sostener a los Gobiernos Bolivarianos, llamando en Perú a votar por Humala, el “soldado” de Chávez, ya alejado abiertamente del trotskismo, encabezando un periódico llamado “Lucha Indígena”, reflejo de su adhesión al indigenismo pequeñoburgués, muy influenciado por el Gobierno de Frente Popular de Evo Morales y García Linera.

Hace unas semanas atrás se supo que fue trasladado a Suecia donde residen sus hijos, quienes emprendieron una campaña de apoyo para sostener su atención médica. No obstante, Blanco no pudo con la enfermedad y terminó falleciendo a los 88 años de edad.

Las nuevas generaciones de revolucionarios tenemos, entonces, la obligación de sacar lecciones de todas estas experiencias revolucionarias, para orientar la lucha de las masas hacia la victoria efectiva y definitiva del socialismo mundial, un mundo nuevo que seguramente Blanco nunca dejó de llevar en su corazón.

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