drogas

La relación entre el consumo de drogas, el capitalismo y las estructuras de poder es un tema que merece ser analizado desde una perspectiva materialista dialéctica. Como consumidor en proceso de rehabilitación, es fundamental abordar este fenómeno sin tabúes, reconociendo que la lucha contra el narcotráfico y la adicción no puede desvincularse de la crítica a los regímenes políticos y económicos que perpetúan estas problemáticas. En este sentido, es crucial entender que los empresarios de la droga están relacionados con los empresarios de la explotación capitalista, de la misma forma que la explotación está relacionada con el parasitismo. Si bien no se ha encontrado una causa única la mayor parte de estudios coinciden en apuntar a los contextos históricos y las condiciones culturales como principales factores.

Basta una mirada desde 1960, para notar que el consumo de drogas ha sido un reflejo de las condiciones socioeconómicas y políticas. La crisis del capitalismo ha llegado a legalizar o permitir pasivamente el uso de drogas. Por la “libertad capitalista”, Norteamérica nos enseñó como se puede usar drogas para que las tropas no tengan objeción para masacrar a pueblo enteros en Vietman, o como el narco puede financiar mediante la venta de drogas a grupos antisandinistas. Se entiende que las drogas, no son solo sustancias que alteran el estado de conciencia, sino herramientas que perpetúan un ciclo de dependencia y control social. Sin embargo las propuestas de la izquierda reformista no han sabido abordar este complejo problema desde su raíz: la eliminación del sistema que lo engendra. En Uruguay nada más toca ver como la legalización de la marihuana solo fue un placebo tendencioso, una oferta hippie para los detractores del estalinismo y sus métodos del medioevo, que consistían en la persecución extrema de consumidores. Estos métodos represivos se vieron también con el gobierno de derecha extrema de Videla, quien “por lo bajo” junto a Massera permitía a narcotraficantes bolivianos el transporte de drogas.

Muchos compañeros de izquierda en esas épocas han justificado la represión contra los consumidores para “evitar” que la clase obrera entre en un estado de resignación, evitando que se organice y luche por sus derechos, coincidiendo con algunos entusiastas del fascismo. Desde una perspectiva marxista, es crucial entender que el problema del consumo de drogas no debe ser visto únicamente desde un enfoque individual. El consumo problemático es una manifestación de las condiciones materiales en las que viven los individuos. La alienación producida por el sistema capitalista crea un vacío que muchos intentan llenar a través del consumo de sustancias.

La compra y venta de estupefacientes como el Fentanilo o las drogas “blandas”, al igual que otros negocios del mercado negro como la prostitución ponen de conocimiento a la sociedad la demanda de consumo que existe, con diferencias importantes en la frecuencia o la intensidad del consumo debido a las clases sociales. Una cara de esta condición evidencia a consumidores tirados en las aceras, invadiendo terrenos abandonados para dormir, comiendo de la basura, o prostituyéndose por conseguir más, o siendo víctimas de violación por otros consumidores, escuálidos robando inútilmente hasta ser arrestados por gordos policías que luego publicarán en las redes sociales su ardua lucha contra el narcotráfico; y la otra cara una que estiliza el uso de las drogas mediante música rave, en excesos juveniles los fines de semana para sostener su alcoholismo mediante la cocaína que compran en kilos, gente que usa drogas para dopar muchachas a las que luego violarán en grupo, gente famosa que chocan sus autos contra transeúntes a los que luego demandarán para salir libres nuevamente a conducir programas de TV. Los primeros son llevados a centros de rehabilitación decadentes donde deben vender caramelos en los autos, siendo juzgados por su apariencia y antecedentes, y si se llegan a rehabilitar no consiguen trabajo. Los segundos seguirán consumiendo en la complacencia de su hogar o a vista pública, como algunos alcaldes amantes de países que legalizan la droga y la prostitución como Holanda, y que luego de “rehabilitarse” serán puestos como ejemplo para los primeros.

Consumí marihuana a los 13 años, los que iniciaron conmigo algunos fueron asesinados, otros fueron consumidos hasta la muerte por otras drogas y otros lograron buenos trabajos y viven bien. De chico vi a niños de mi edad en las calles aspirando terocal en bolsas para lograr dormir. Por eso, considero que estas pueden ser quizás las dos caras que uno aprecia, la que los índices de consumo no llegan a registrar del todo o registra por conveniencia discursiva, las que no se abordan por la incomodidad personal, o las que el sistema mantiene u oculta. Para muchos el consumo es divertido y costeable. Para otros, a veces saciar el hambre puede ser más caro que consumir drogas para evitar pensar en comer.

La lucha debe estar vinculada por la emancipación no solo del individuo adicto, sino también de toda una clase social que busca liberarse de las cadenas del capitalismo. En lugar de criminalizar a los consumidores, muchos progresistas buscaron desarrollar políticas públicas inclusivas que promuevan la salud y el bienestar social, el reemplazo de producción de coca en Perú es un ejemplo de esto. Pero este enfoque olvida que los consumidores siguen siendo víctimas de un sistema de comercio que inyecta bastante liquidez que ha salvado a los bancos de la crisis de finales del 2000 y 2008.

La crítica a este modelo debe incluir una reflexión sobre cómo las políticas antidrogas han fallado al abordar las causas estructurales del consumo, y que sostienen el discurso antidrogas de grupos militares que finalmente contribuyen directa o indirectamente con el narcotráfico, en el VRAEM por ejemplo tanto militares como seudoguerrilleros vestidos de polos rojos al igual que las FARC, aprovechan el comercio de las drogas. La historia reciente muestra cómo los regímenes militares han utilizado la guerra contra las drogas como un pretexto para justificar la represión política. En países como Colombia, que a inicios de 2000 suministró el 80% de cocaína que ingresó a EEUU, las fuerzas armadas han estado involucradas en operaciones contra el narcotráfico, pero estas acciones a menudo han servido para consolidar su poder y silenciar a la oposición, como en México con la masacre de los estudiantes de Ayotzinapa. La militarización del combate al narcotráfico no solo ha resultado en violaciones a los derechos humanos, sino que también ha desviado la atención de las verdaderas causas del problema: la desigualdad económica y social. Un ejemplo claro es el caso de Alba Petróleos en El Salvador, donde se ha documentado su relación con el presidente Nayib Bukele. Alba Petróleos, vinculada a PDVSA, ha sido acusada de financiar campañas políticas a través de fondos sospechosos, lo cual refleja cómo los intereses empresariales pueden infiltrarse en las estructuras gubernamentales para perpetuar un ciclo de corrupción y narcotráfico. Para mencionar otros casos similares a las investigaciones a personajes vinculados con el dictador Fujimori, el caso de Fernando Zevallos Lunarejo en Perú ilustra cómo las estructuras empresariales pueden legitimar capitales obtenidos ilegalmente. Este empresario fue acusado de liderar una red familiar dedicada al lavado de dinero proveniente del narcotráfico, utilizando empresas ficticias para ocultar ingresos ilícitos. Asimismo, los cárteles mexicanos han mantenido relaciones corruptas con funcionarios gubernamentales; el Cártel de Sinaloa ha sido conocido por sobornar a policías y políticos para proteger sus operaciones, mostrando cómo el narcotráfico está entrelazado con la política local. Durante su auge en Colombia, Pablo Escobar utilizó su riqueza para influir en la política nacional, financiando campañas y sobornando funcionarios para asegurar su protección.

Como consumidor en proceso de rehabilitación, es esencial fomentar una nueva conciencia colectiva entre los trabajadores y las comunidades afectadas por el narcotráfico. Debemos reconocer que la lucha contra las drogas es parte integral de la lucha más amplia contra el capitalismo y sus estructuras opresivas. Esto implica educar a otros sobre cómo el consumo no es simplemente una elección personal, sino un fenómeno social arraigado en condiciones materiales específicas, y está vinculada a la trata de blancas, al empoderamiento de bandas paramilitares, etc.

La transformación social requiere romper con los mitos alrededor del consumo de drogas y entenderlo desde su manifestación de resistencia ante un sistema que margina y explota, al igual que su adormecimiento evitativo. El camino hacia la rehabilitación personal debe ir acompañado de una lucha por cambiar las estructuras sociales y económicas que perpetúan el ciclo del consumo. Es lamentable ver centros de rehabilitación abandonados a su suerte, esto es consecuente con el sistema capitalista, que también abandona a las mujeres pobres golpeadas, a los niños abusados sexualmente por sus padres, permitiendo solo más muerte, miseria y cárcel para los pobres. Solo a través de la lucha contra el capitalismo mundial podremos erradicar no solo el narcotráfico, sino también las condiciones que lo alimentan.

¡TRAER ABAJO EL CAPITALISMO PARA REHABILITAR A LAS PROXIMAS GENERACIONES!

¡LA LUCHA CONTRA EL CAPITALISMO ES LA LUCHA CONTRA SUS MALES!

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *