Imaginemos por un momento que integrantes de la asociación internacional de filosofía Nueva Acrópolis, denuncian ante su líder máximo en Chiclayo, Perú, que sus hijas menores de edad fueron ultrajadas sexualmente por un filósofo de esta organización. Imaginemos, asimismo, que este líder máximo de Chiclayo se limita a enviar la denuncia ante su superior en Roma sin remitirla a las autoridades correspondientes ni hacerla pública, por el contrario, dispone el traslado del filósofo violador a otra ciudad, sin advertir a sus seguidores del peligro. Imaginemos finalmente, que años después, el filósofo violador no solo sigue libre, sino que además sigue dando charlas de filosofía a menores de edad, mientras que el líder regional que lo encubrió ahora es elegido jefe mundial de la secta. Si esto no es encubrimiento y complicidad en crímenes sexuales, ¿qué es?

Lo cierto es que esta historia no corresponde a la secta neofascista de Nueva Acrópolis, sino a una organización religiosa más famosa y poderosa: la Iglesia Católica Apostólica Romana. Efectivamente, como habrán notado los que se han enterado del caso, esta es la historia del sacerdote chiclayano Eleuterio Vásquez Gonzáles, acusado de abuso sexual de menores de edad, y de su líder regional, el exobispo yanqui-peruano Robert Prevost, hoy papa León XIV. Y es que si bien su nombre no estaba en la lista publicitada de papables, la Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual por Sacerdotes (SNAP) ya lo había colocado en la lista de 25 cardenales encubridores de abusos sexuales, que acudían impunes al cónclave que elegiría al nuevo papa. Triste noticia para las víctimas, enterarse que Prevost fue elegido para ocupar uno de los cargos con más poder económico, político y mediático del mundo.

Y como será la influencia que tiene esta organización religiosa en el mundo, que periodistas laicistas, agnósticos y hasta ateos han saludado e incluso celebrado su elección, afirmando que las denuncias de encubrimiento vienen en realidad de los conservadores del Opus Dei y del Sodalicio de Vida Cristiana, en venganza al apoyo de Prevost al papa Francisco en su ajuste de cuentas con esta organización criminal, que el Vaticano ya no pudo ocultar más. Sus defensores dicen que remitió a tiempo las denuncias que recibió a Roma, cumpliendo con los protocolos y leyes internas de la Iglesia Católica, que por lo visto están hechas para garantizar el encubrimiento e impunidad de sus criminales sexuales como se ha comprobado a lo largo de la historia. Y es que Prevost no dio ningún apoyo inmediato, siquiera moral a las víctimas de abusos, se lavó las manos como Poncio Pilatos enviando las denuncias a las autoridades de su propia organización, como si la Iglesia Católica estuviera por encima de la Constitución y el Estado, como si sus propios feligreses no tuvieran el derecho de saber oportunamente qué curas podrían llegar a violar a sus hijos.

La Iglesia tiene, ciertamente, un poder inmenso: un lucrativo banco, miles de hectáreas en todo el mundo, universidades, colegios, etc. Tiene también un poder político evidente, heredado de siglos de sangre y fuego, reforzado con la llegada del fascismo a Italia, ya que fue el mismo Mussolini quien le otorgó a la Iglesia la Ciudad del Vaticano. Y tiene también un enorme poder psicológico sobre sus creyentes, que ingenuamente ponen a sus hijos en manos de posibles depravados sexuales con sotana. Es este poder ideológico el que también explica por qué mucha gente es tan indulgente con la Iglesia, perdonándole todo, e incluso aplaudiéndole si se ve forzada a entregar a la justicia civil a alguno de sus miles de criminales sexuales protegidos hasta agotar el último recurso. Indulgencia que la misma Iglesia jamás tuvo con los más pobres a los que esclavizó o envió a pelear sus guerras, ni la tuvo con cientos de librepensadores y científicos que se atrevieron a cuestionar sus dogmas torturándolos o quemándolos vivos; ni la tuvo con millones de mujeres condenadas al servicio doméstico, marginadas de toda actividad pública. ¿Qué otra cosa es la “doctrina social” de León XIII sino un intento de desviar a las masas de la lucha por la libertad y la verdadera justicia terrenal?

Ahora, su sucesor, el cómplice León XIV, empieza un nuevo papado, que seguramente terminará en más impunidad para sus criminales sexuales, pero sobre todo garantizará que la Iglesia siga lucrando con la limosna de los pobres y con los impuestos que se paga en Perú, por ejemplo, para mantener a sus curas y monjas de cuestionable integridad. Así, la Iglesia seguirá siendo el sostén del capitalismo y de las peores tradicionales medievales contra el derecho de la mujer trabajadora al aborto, el derecho de los homosexuales a vivir libres, el derecho de los enfermos terminales a poner fin a su sufrimiento, el derecho de los trabajadores a poner fin a su esclavitud asalariada. La Iglesia Católica, como todas las iglesias, podrán cambiar de líder, pero su naturaleza reaccionaria se pone en evidencia a cada paso. Lo mínimo que podría hacer un creyente honrado es romper no con su dios, sino con esta organización política que solo sirve para encubrir y bendecir a los más ricos e inducir resignación y falsas esperanzas en los más pobres.

La revolución socialista mundial que está por venir, ajustará cuentas con estas organizaciones de explotadores, entregando sus propiedades al bien común y sus criminales a la justicia proletaria, ya que se hace evidente que la justicia burguesa y eclesiástica jamás nos caerá del cielo.

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